Manual de Demografía

Material de consulta para estudiantes vinculados a la Demografía y los Estudios de Población

CAPÍTULO 5

Transición demográfica. El proceso a nivel global y a nivel nacional¹
Raquel Pollero

Como vimos en capítulos anteriores, la evolución de la población se explica a partir del comportamiento de los componentes demográficos (mortalidad, fecundidad, migración). A estos tres fenómenos puede agregarse el de la nupcialidad, puesto que también los cambios en esta variable afectan el crecimiento de la población.

La discusión respecto a la relación entre la dinámica demográfica y el crecimiento de la población se enmarca en un debate más amplio sobre la relación entre el crecimiento demográfico y el económico. Los planteos de Thomas Malthus y las formulaciones originales de la teoría de la transición demográfica (TD) proponen al desarrollo económico como motor del cambio demográfico; es decir que el crecimiento poblacional es consecuencia de un proceso de cambio económico y social más amplio.

Invirtiendo la dirección de los términos del análisis, otros autores postulan a la población como variable explicativa del desarrollo. En este sentido, el modelo propuesto por la economista danesa Ester Boserup (1965) para las sociedades agrarias toma el crecimiento demográfico como variable exógena y el cambio tecnológico como endógena². Desde la Demografía, autores como David Reher y Tim Dyson también proponen considerar el cambio demográfico como variable independiente, es decir, como causa ―y no como consecuencia― del proceso de cambio social y económico (Dyson, 2011; Reher, 2011; 2019)³.

En este capítulo se revisará, en primer lugar, el comportamiento de la dinámica poblacional observado en las fases históricas del proceso de TD, teniendo en cuenta las explicaciones del enfoque teórico clásico de la transición para comprender sus mecanismos. Posteriormente, nos centraremos en el proceso de TD en Uruguay.

De manera muy general, se denomina transición demográfica al proceso de reducción de la mortalidad y natalidad desde niveles altos, propios de las sociedades tradicionales, a los niveles bajos de las sociedades modernas. El pensamiento demográfico del siglo XX pretendió interpretar este comportamiento de la dinámica poblacional en un marco teórico que se convirtió en paradigma de la disciplina. Su relevancia se sustenta en que, a partir de la observación de la experiencia europea, se intentó predecir el futuro demográfico de los países en vías de desarrollo. Resultaba, por consiguiente, una herramienta para pensar y definir estrategias a adoptar frente al explosivo crecimiento de estos países.

Básicamente, la teoría pretende describir y explicar los cambios en el tamaño y la estructura de la población a través del tiempo. El modelo describe la sucesión de fases históricas por las que atraviesa una población en proceso hacia  la modernización⁴, desde un estadio premoderno (pretransicional) de mortalidad y natalidad altas y de bajo crecimiento demográfico; una etapa transicional de desequilibrio, en la cual primero se reduce la mortalidad ―lo que se traduce en un importante crecimiento poblacional―, para que luego comience a disminuir la natalidad; hasta una fase de equilibrio moderno (postransicional) con mortalidad y natalidad reducidas, y nuevamente un crecimiento bajo o nulo. 

El argumento explicativo central de la teoría de la TD reside en que los procesos de industrialización y modernización provocan una mejora en el nivel de vida y en las condiciones de salud de la población que conduce a un descenso de la mortalidad. En el ámbito familiar, este descenso se traduce en un mayor número de hijos sobrevivientes. Paralelamente, con la modernización y la urbanización se produce un aumento de los costos directos e indirectos de la crianza de los hijos (limitación del trabajo infantil, escolarización obligatoria, motivación de los padres para mayores niveles educativos de los hijos, incrementos de los costos de salud, vivienda, etc.). Las familias, presionadas por el incremento de sus tamaños, se ven enfrentadas, entonces, a decidir si mantener una alta fecundidad y, en consecuencia, dados los cambios del proceso de modernización, tener un nivel de vida más bajo, o reducir el número de hijos para lograr mantener o elevar su nivel de vida. Por consiguiente, la reducción de la fecundidad sería un ajuste al nuevo régimen de mortalidad, así como un acomodamiento a las nuevas realidades socioeconómicas.

El proceso de TD se vincula a profundas transformaciones económicas, sociales, conceptuales y psicológicas de la sociedad. Se trata del cambio demográfico más importante en la historia de la humanidad, que comenzó en las sociedades europeas occidentales y alcanzó progresivamente una dimensión global. En el Gráfico 1 se observa cómo el modelo subdivide, en un esquema estilizado, la evolución societal en tres fases o etapas. 

Gráfico 1. Las etapas clásicas de la transición demográfica

Fuente: elaborado a partir de una adaptación de Population Reference Bureau (PRB) (2020)

La etapa pretransicional se caracteriza por sus altos niveles de mortalidad y de natalidad, lo que significa que el rendimiento de este sistema demográfico era muy magro. La esperanza de vida al nacer rondaba los treinta años; prácticamente un quinto de los niños nacidos no sobrevivía el primer año de vida y apenas la mitad llegaba a la adolescencia. A ello se agregaban los importantes incrementos en años particulares de crisis de mortalidad asociados a guerras, epidemias o hambrunas. Por lo tanto, se necesitaban muchos nacimientos para lograr algunos sobrevivientes: la elevada mortalidad debía compensarse con una alta natalidad, lo que se traducía en bajo crecimiento y en una estructura de edades joven en la población. 

Esta etapa se identifica con una economía agraria premoderna o preindustrial. Se trata de sociedades con una mayoría de población rural en las cuales la familia era el centro de las estrategias económicas para la supervivencia del grupo doméstico. El valor económico de los hijos era muy relevante: significaban brazos para trabajar durante la vida adulta de los padres y sustento y apoyo en su vejez. Si tenemos en cuenta la historia de la humanidad, este es el período más largo y en las sociedades europeas llega hasta fines del siglo XVIII.

La segunda etapa, la de la transición propiamente dicha, se vincula con la modernización, con el despegue socioeconómico asociado a los procesos de industrialización y de urbanización que acompañan importantes transformaciones sociales. En las sociedades occidentales se puede ubicar temporalmente a partir de la Revolución industrial, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. En esta etapa, que se subdivide en dos fases, se inicia el cambio demográfico y, consecuentemente, el desfasaje entre las tasas de mortalidad y natalidad. 

El motor de este cambio es el inicio del descenso de la mortalidad, ya que comienzan a disminuir y a espaciarse las crisis provocadas por las epidemias y se reduce la mortalidad, principalmente la de la niñez y la infantil. Las explicaciones de estos progresos en la salud de la población apuntan a una multiplicidad de factores entre los que se encuentran las mejoras en la salud pública y en las condiciones sanitarias ―como las redes de saneamiento y el agua potable―, el desarrollo del conocimiento científico y los avances en la lucha contra las enfermedades ―como campañas de vacunación y, ya en el siglo XX, la introducción de sulfamidas y antibióticos―, las mejoras respecto a los cuidados higiénicos y también los progresos económicos que tienen consecuencias en el nivel de vida y en la nutrición, que permitieron mayor resistencia a infecciones. 

Durante la fase de transición incipiente, el desequilibrio entre la mortalidad en retroceso y la natalidad todavía alta provocó un aumento en las tasas de crecimiento de la población (crecimiento transicional). A su vez, el descenso de la mortalidad infantil y de la niñez produjo un rejuvenecimiento en la estructura de edades que se intensificó cuando estas cohortes más numerosas llegaron a su edad reproductiva y mantuvieron la fecundidad alta que tenían sus padres.

En el período de industrialización temprana tomó impulso la migración desde el campo hacia la ciudad, y creció el porcentaje de población urbana. Con el paso del tiempo, junto con el descenso de la mortalidad se fueron procesando cambios sociales muy significativos. Los avances en legislaciones sociales, la limitación del trabajo infantil (que inicialmente también nutría a las fábricas), la escolarización obligatoria (para ambos sexos), los costos más altos de la vida urbana y la incorporación de la mujer al mercado de trabajo disminuyeron el incentivo para que las familias tuvieran muchos hijos. El cambio relevante se dio en las decisiones familiares de adecuar su tamaño a su situación económica y a sus proyectos.

En el caso de las sociedades europeas, el declive de la natalidad se verifica en las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del siglo XX. El control se dio dentro del matrimonio mediante métodos tradicionales que implicaban sacrificio y determinación para las parejas, como el coitus interruptus, la abstinencia o el aborto. A partir de la década del sesenta del siglo XX comenzó la expansión de métodos anticonceptivos modernos y eficaces (la pastilla o píldora) que, por primera vez, permitieron independizar la vida sexual de la reproductiva y profundizaron el declive (Pellegrino, 2010). 

Esta fase, de transición plena, se caracteriza entonces por un descenso de la natalidad y por un enlentecimiento en el ritmo del descenso de la mortalidad, con la consecuente reducción de las tasas de crecimiento. Con el descenso de la natalidad también comienza el proceso de envejecimiento de la población.

La etapa siguiente, de transición avanzada o postransicional, presenta bajos niveles de natalidad y de mortalidad y exhibe una nueva situación de equilibrio (equilibrio moderno), y, por consiguiente, de escaso o nulo crecimiento de la población, una esperanza de vida al nacer muy alta y una estructura de edades envejecida, lo que se corresponde con sociedades de elevado porcentaje de población urbana que han alcanzado un alto nivel de desarrollo. 

En definitiva, la TD nos habla de la trayectoria demográfica de las distintas sociedades y de cómo estas van adquiriendo el control sobre la vida y la muerte (Torrado, 2007).

La teoría clásica de la transición demográfica

Como se ha señalado antes, el pensamiento demográfico del siglo pasado pretendió describir el comportamiento de la dinámica poblacional en el marco teórico de la TD. Varios son los autores que pueden considerarse sus precursores, si bien fue planteada desde dos inquietudes diferentes⁵. En la visión de los europeos, desde la preocupación por la reducción de los niveles de fecundidad en varios países de Europa occidental ―en particular en Francia― y, consecuentemente, del enlentecimiento o la disminución del crecimiento de la población, ya desde fines del siglo XIX, mientras que la perspectiva norteamericana ponía mayor acento en el importante crecimiento al que quedaría expuesto un gran número de países. No obstante, todos ellos plantean el proceso evolutivo de las sociedades a lo largo de distintas etapas, algunos poniendo más acento en la descripción de este proceso y otros aventurándose a abordar también los posibles factores explicativos. 

En todo caso, si bien la preocupación ya existía con anterioridad, recién el contexto geopolítico de la segunda posguerra fue el caldo de cultivo necesario para catapultar la teoría de la TD como paradigma descriptivo y explicativo del cambio demográfico. 

Simon Szretrer (1993) señala que ello se debió a tres factores. En primer lugar, un cambio en el contexto institucional, con una mayor aceptación de la planificación económica y social por parte de los Estados Unidos (dada la experiencia de su pasado reciente con respecto al New Deal y a la política económica durante la Segunda Guerra Mundial). En segundo término, la legitimación del factor anterior sobre la base de nuevos desarrollos intelectuales en el pensamiento económico (que apuntaban a sintetizar las teorías económicas keynesiana y neoclásica) que desplazaron al liberalismo. Finalmente, la coyuntura política, que favorecía la fundación de instituciones transnacionales (Fondo Monetario Internacional [FMI], Banco Mundial [BM], Organización de las Naciones Unidas [ONU]), así como la tendencia contra el colonialismo, que apoyaba la independencia, la democracia y el desarrollo económico y social de esos territorios.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría comenzó a dibujarse como la nueva forma de relacionamiento entre las potencias que emergían como líderes del concierto internacional en el que Estados Unidos estuvo particularmente preocupado por consolidar sus áreas de influencia.

Fue en esta coyuntura que se escuchó la voz de los demógrafos norteamericanos alertando sobre un desafío y un peligro inminentes: las diferencias que las evidencias mostraban en cuanto al crecimiento poblacional de los países y la predicción de un incremento espectacular para algunas regiones del mundo, especialmente las pobres. Como señala Julio Pérez Díaz (2012), en ese momento la teoría de la TD se volvió «un concepto políticamente útil». 

Se considera que su formulación clásica fue concebida en la Office of Population Research de la School of Public and International Affairs en la Universidad de Princeton y salió a la luz en dos publicaciones separadas, de autoría de Frank W. Notestein (1945) y de Kingsley Davis (1945), entonces director e investigador senior, respectivamente, de aquel departamento (Szretrer, 1993; Kirk, 1996).

A partir del análisis de las tendencias demográficas anteriores, Notestein hace tres observaciones:

  1. en los últimos tres siglos ―desde mediados del siglo XVII― la población del mundo estuvo creciendo aceleradamente; 
  2. si bien todas las regiones del mundo participaron de este crecimiento, antes de 1900 este había sido especialmente importante en los países europeos, sobre todo, en los países europeos de ultramar; 
  3. desde 1900 la tasa de crecimiento presenta una tendencia descendente en Europa ―comenzando por Francia―, Norteamérica y Oceanía. Por el contrario, en África, Asia y América Central y del Sur aparentemente, se aceleró.

De acuerdo con Notestein, las naciones occidentales modernas impusieron sobre las poblaciones no industrializadas esa parte de su cultura que reducía la mortalidad, pero fracasaron en la promoción de cambios sociales que, eventualmente, habían conducido al descenso de la fecundidad occidental. El resultado fue el de grandes poblaciones que vivían apenas por sobre del margen de subsistencia (Notestein, 1945, pp. 51-52). 

El primer incremento poblacional explosivo se produjo durante la Revolución Industrial, etapa señalada como la más reciente en el progreso cultural. Entonces, el crecimiento demográfico tuvo un impulso sin precedentes en Europa y se expandió rápidamente hacia otras regiones para adquirir carácter global. 

Los autores sostienen que el crecimiento de la población mundial está determinado solamente por dos factores: la fecundidad y la mortalidad, ya que los demás factores, biológicos o sociológicos, solo tienen efecto a través de aquellos. Dado que no se ha encontrado evidencia de que ninguna parte sustantiva del crecimiento de la población se haya debido a un aumento de la fecundidad, por descarte, el crecimiento de la población debe atribuirse a un descenso de la mortalidad lo suficientemente fuerte como para compensar alguna reducción leve en la fecundidad y para generar el mayor crecimiento natural hasta entonces conocido. El descenso de la mortalidad sería entonces responsable del crecimiento moderno de la población. 

A manera de ensayo, en la elaboración de una explicación, por el cambio del comportamiento de esta variable se aduce que la reducción de la mortalidad fue, en un primer momento, lenta y gradual, como resultado de mejoras en la cantidad y variedad de la oferta alimenticia a consecuencia del progreso en la técnica agrícola y en el transporte. La incorporación del vapor en el transporte y la manufactura estimuló enormemente el comercio y permitió una mejor distribución de los productos alimenticios. Su efecto fue la disminución de las hambrunas locales, de la desnutrición y de la susceptibilidad a las enfermedades, con el consecuente descenso de las tasas de mortalidad. En una segunda instancia, la mortalidad continuó reduciéndose debido a las mejoras en la salud pública y a los avances en la medicina. Pero lo significativo fue que, detrás de los factores específicos de reducción de la mortalidad, se estaba procesando un cambio cultural en la sociedad europea, que llevó siglos, desde un agriculturalismo analfabeto a un industrialismo alfabeto (Davis, 1945, p. 5). Se considera, entonces, que el descenso de la mortalidad fue tanto causa como consecuencia de esta transformación social, ya que posibilitó la utilización de la energía humana de forma más prolongada y eficiente.

La fecundidad, por su parte, fue inicialmente menos receptiva al proceso de modernización. Si bien tendió a descender, el desfasaje producido por el hecho de que este proceso fuese más lento que el correspondiente a la mortalidad generó el enorme crecimiento de la población europea. A un mismo nivel de fecundidad, la reducción de la mortalidad infantil dio como resultado familias de mayor tamaño. Frente a esta nueva situación, la sociedad urbana, competitiva e individualista, comenzó a sentir «a las familias grandes como un hándicap más que como una bendición» (Davis, 1945, p. 5, traducción de la autora). A su vez, la mayor movilidad y el anonimato de la ciudad reducía la influencia sobre las parejas antes ejercida por la familia y la comunidad para que se mantuvieran sus comportamientos hasta entonces tradicionales (Notestein, 1945). Las parejas, entonces, se sintieron incentivadas a disminuir el número de nacimientos, lo que fue facilitado por el surgimiento y la difusión de métodos del control de la natalidad.⁶ 

Se tendió, finalmente, hacia un nuevo equilibrio demográfico moderno:

Así, en Europa, y en los países europeos de ultramar, la transición sociocultural conocida como Revolución Industrial ha estado acompañada de una transición demográfica íntimamente relacionada, lo que representa una ganancia asombrosa en la eficiencia humana. Bajo el antiguo régimen de alta fecundidad y alta mortalidad, las mujeres experimentaban con frecuencia la pérdida y el peligro del embarazo sin ningún propósito, porque una gran proporción de la descendencia moría. Más aun, se gastaba energía en la descendencia sobreviviente, solo para descubrir que muchos de ellos morían antes o durante su madurez temprana. Por lo tanto, se dedicó demasiado esfuerzo a tratar de llevar a cada nueva generación a la madurez productiva completa y se perdió demasiada energía a causa de la enfermedad, la desnutrición y la preocupación por la muerte. El nuevo tipo de equilibrio demográfico liberó una gran cantidad de energía de la cadena eterna de reproducción, energía que podría gastarse en otros aspectos de la vida (Davis, 1945, p. 5, traducción de la autora).

Notestein, por su parte, señala como inevitable que la respuesta de la mortalidad a las fuerzas de modernización haya sido más rápida que la de la fecundidad. Reducir la mortalidad es universalmente aceptable y no tiene obstáculos sociales, mientras que el descenso de la fecundidad requiere un cambio en los objetivos sociales, desde aquellos dirigidos a la supervivencia del grupo hasta aquellos dirigidos al bienestar y al desarrollo individual.

Hay abundante evidencia de que el declive se produjo principalmente a través del control racional, en gran parte por medio de prácticas anticonceptivas. De ello no se desprende que la anticoncepción pueda verse como la causa de la disminución de la tasa de natalidad en un sentido profundo. Los métodos anticonceptivos relativamente efectivos fueron ampliamente conocidos durante siglos antes de que su uso se generalizara. Las tasas de natalidad se redujeron en gran medida mediante la anticoncepción, pero en respuesta a cambios drásticos en el entorno social y el económico que alteraron radicalmente los motivos y objetivos de las personas con respecto al tamaño de la familia.

[…] Con el crecimiento de poblaciones urbanas enormes y móviles, el individuo pasó a depender menos del estatus de su familia para ocupar un lugar entre sus semejantes. […] Mientras tanto, la familia perdió muchas de sus funciones ante la fábrica, la escuela y las empresas comerciales. Todos estos desarrollos hicieron de las familias numerosas una empresa cada vez más difícil y costosa, cara y difícil para una población cada vez más libre de viejos tabúes y cada vez más dispuesta a resolver sus problemas en lugar de solo aceptarlos. En resumen, bajo el impacto de la vida urbana, el objetivo social de perpetuar la familia dio progresivamente paso al de promover la salud, la educación y el bienestar material del niño individual. La limitación familiar se generalizó y el final del período de crecimiento surgió como percepción. No obstante, durante ese período la población de origen europeo se había multiplicado casi por siete en todo el mundo (Notestein, 1945, pp. 40-41, traducción de la autora).

La mayor velocidad del proceso de modernización y, consecuentemente, del descenso de la mortalidad en estas regiones, condujo a un muy rápido crecimiento de la población. Como señalan los autores, el crecimiento transicional de la población europea, que provocó que en tres siglos esta se multiplicara más de siete veces, contribuyó a que esta se expandiese por el resto del mundo y difundiera su cultura hacia los demás continentes.

Eventualmente, y a distinto ritmo, una vez desencadenado el proceso de despegue del desarrollo económico, las distintas sociedades tendieron a converger en el comportamiento demográfico. Dentro de los factores que incidirían en las diferencias en el ritmo de la transición se señalan la cantidad de población nativa y el área de origen de los migrantes europeos. De acuerdo con Notestein y Davies, la transición se produjo tempranamente en áreas como Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda ―poblada por europeos noroccidentales―, y fue más lenta en América Latina (con la posible excepción de Argentina).

La teoría de la TD ha sido largamente criticada y motivo de debate en la comunidad académica (Chesnais, 1986; Szretrer, 1993; Kirk, 1996; Otero, 2004). Se ha cuestionado su verdadera condición de teoría, considerando que en realidad describe el proceso que habían conocido los países europeos de industrialización temprana durante el siglo XIX y que, dado su carácter general, no sería útil para predecir el comportamiento demográfico particular de un país. Si bien, como hemos visto en el párrafo anterior, la teoría hace cierta referencia al papel modernizador que la migración europea podría haber tenido en los comportamientos demográficos de los países receptores, se le critica la ausencia de la migración como una de las variables demográficas interrelacionadas en el crecimiento de la población. También se le critica la poca importancia que le ha dado al rol de la difusión del cambio demográfico de un país a otro.

Las críticas sobre la trayectoria demográfica de las sociedades preindustriales se centran en la escasa o insignificante referencia al rol de la nupcialidad en el crecimiento de la población, que difiere de la evidencia de la historia demográfica europea. Asimismo, se le critica que parta de un concepto de equilibrio pre y postransicional. De todos modos, se debe tener en cuenta que la teoría de la TD es anterior al desarrollo de la Demografía histórica y que, por consiguiente, fue concebida en un contexto en el que había más desconocimiento de las trayectorias y de los comportamientos demográficos menos estables de las sociedades preindustriales. 

Una parte importante de la discusión se centra en los factores determinantes que llevaron a la reducción de la fecundidad.

Aproximadamente veinte años después de la aparición de la versión clásica de la teoría, y en el mismo departamento que la formulara inicialmente, se diseñó un proyecto para ponerla a prueba. Evidentemente, la región elegida fue el continente europeo, ya que había sido allí donde se inició tanto la Revolución industrial como la social, que consistió en la expansión de un nuevo comportamiento demográfico (la limitación familiar). El famoso Proyecto de Princeton, dirigido por Ansley Coale, se convirtió en uno de los estudios empíricos de la TD más importantes (Coale y Watkins, 1986). El proyecto fue diseñado con dos propósitos principales: crear un registro cuantitativo detallado de la fecundidad durante el período de mayor descenso, y determinar las condiciones sociales y económicas predominantes al inicio del descenso moderno de la fecundidad (Coale y Treadway, 1986). De este modo, se investigaron y reconstruyeron las tendencias de la fecundidad en Europa a nivel provincial, a partir de estadísticas vitales entre 1870 y 1960, y se la correlacionó con la mortalidad infantil y con indicadores de la modernización (grado de urbanización, instrucción, industrialización, etcétera).

Los resultados sorprendieron al equipo de investigación. La experiencia europea parecía indicar que, si bien un nivel de desarrollo socioeconómico suficientemente elevado había ido asociado a la reducción de la fecundidad, los cambios en los indicadores socioeconómicos no resultaban útiles para explicar y predecir la etapa inicial del cambio de la fecundidad. Sin embargo, sí fue posible observar que en el siglo XIX los niveles de la fecundidad y su ritmo de descenso mantenían cierta asociación con las fronteras regionales, étnicas y lingüísticas. Esto sugería que podía haber factores culturales (no contemplados particularmente en el diseño del proyecto) que habrían influido en el inicio y la difusión del descenso de la fecundidad, independientemente de las condiciones socioeconómicas (Knodel y Van de Walle, 1986; Watkins, 1986).

A consecuencia de estos resultados surgieron diversos enfoques teóricos con base cultural (Leasure), sociopolítica (Lesthage y Wilson), antropológica (Caldwell, Le Bras, Todd), económica (Becker, Easterlin), etcétera.

Otro elemento particularmente relevante para el cuestionamiento tuvo que ver con una evolución de los comportamientos demográficos no prevista en la teoría original, que comenzó a definir una dinámica diferente en las sociedades que se encontraban en la última etapa. El equilibrio moderno se vio sustituido por un nuevo desequilibrio que tuvo por causas una profundización en el descenso de la natalidad, con una fecundidad que cruzó el umbral del nivel de reemplazo de la población, y el incremento de la tasa bruta de mortalidad ―por encima de la natalidad― como efecto de la estructura envejecida de edades de la población. Esta nueva realidad comenzó a darse a partir de la década del sesenta en las sociedades más avanzadas de la época y actualmente es compartida por un numeroso grupo de países de los distintos continentes. Los cambios sociales y en los valores que acompañan la profundización del descenso de la fecundidad son de tal relevancia que en la década del ochenta los demógrafos Ron Lesthaegue y Dirk van de Kaa (1986) propusieron identificar este cambio con una Segunda Transición Demográfica. 

Como se señala, los postulados de la TD han sido largamente discutidos y revisitados y son muy numerosas las contribuciones posteriores que distintos autores han aportado al debate sobre el cambio demográfico. Sin embargo, a pesar de las diversas críticas que se le han prodigado, la TD continúa siendo el marco de referencia obligado en las teorías de población.

El proceso de transición demográfica en el mundo

Como se ha señalado, si bien la TD es un cambio global, el tiempo que lleva transitar este proceso depende de cada país. Cada sociedad tiene su propia trayectoria demográfica, con ritmos y velocidades diferentes, aunque es posible encontrar patrones similares en distintas regiones. 

Distintos autores ―desde los precursores de la teoría, como Landry (1909; 1933/1987; 1934) y Thompson (1929), hasta el propio Notestein (1945), o también propuestas más recientes (Reher, 2004)― han planteado tipologías considerando los comportamientos demográficos de los países o incluso al interior de las grandes regiones. En algunos casos las tipologías subdividen a los países de acuerdo a la etapa de la transición en que se encuentran en un momento dado y en otros agrupan los perfiles de la transición tomando en cuenta la duración del proceso (los años) y la amplitud de la fluctuación de la tasa de crecimiento natural.

Este último es el caso de la tipología elaborada por el demógrafo francés J. C. Chesnais (1979), que se señala como ejemplo porque resulta útil para analizar el caso de Uruguay. 

Chesnais tiene en cuenta básicamente la interrelación de dos características: 

  1. la duración: transición larga ―más de 75 años―, transición corta ―menos de 75 años― y transición intermedia;
  2. la amplitud de la tasa de crecimiento natural: alta (superior al 20 ‰) y baja (inferior al 20 ‰).

Gráfico 2. Perfiles de la transición demográfica según la tipología de Chesnais

Fuente: adaptado de Chesnais (1979, pp. 1141).

A partir de ello identifica tres patrones:

  • Tipo 1: El correspondiente a los países europeos, que se caracterizan por una transición larga (entre 75 y 200 años) y baja, con un pico máximo de crecimiento natural por debajo del 20 ‰ anual.
  • Tipo 2: Entre el tipo 1 y el tipo 3, claramente diferenciados, se identifica un grupo integrado por países de gran inmigración, con una transición intermedia (de aproximadamente 65 años) y un crecimiento moderado. Chesnais pone aquí como ejemplos a Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, Australia, Argentina y Uruguay, países que importaron comportamientos relacionados con la TD. En la representación gráfica, el perfil de las tasas de crecimiento no se desarrolla a partir de la característica forma de campana, sino que se observa como una línea de pendiente decreciente en la que solo aparece la fase declinante del proceso (contracción del crecimiento). Es decir, como una media transición, como si se iniciaran en la fase de transición plena del esquema clásico. En ello inciden la selectividad por edad de la migración y el envejecimiento inevitable de la estructura que le sigue. 
  • Tipo 3: El grupo de los países menos desarrollados, con una TD de relativamente corta duración (de entre 40 y 80 años) y picos de crecimiento poblacional altos, entre el 20 ‰ y 40 ‰ anual, e incluso algunos países por encima del 40 ‰.

En suma, en los países europeos el cambio demográfico que implica la TD comenzó en el siglo XIX y se desarrolló en un contexto modernizador de importantes transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales: industrialización, rápida urbanización, incrementos en los niveles educativos (especialmente de las mujeres), cambios en los roles en la familia y de la mujer, importancia creciente de las instituciones públicas y de las organizaciones sociales, entre otros. El crecimiento transicional generado fue uno de los factores determinantes de las grandes oleadas migratorias europeas a los demás continentes.

Por su parte, en los países en vías de desarrollo el cambio se dio en el siglo XX, beneficiándose con los conocimientos ya adquiridos por las sociedades de los países desarrollados. La difusión de los avances en la salud y las tecnologías médicas redujeron rápidamente la mortalidad, lo que, como consecuencia, provocó altas tasas de crecimiento vegetativo. En regiones como el sudeste asiático o América Latina el crecimiento transicional, del orden de 2,5 ‰ y 3 ‰ anual, llegó a su punto máximo en la década de 1960. Se utilizó en estos casos el término explosión demográfica, porque fue el más alto alcanzado en la historia de la humanidad. La reducción de la fecundidad también se valió del desarrollo de métodos anticonceptivos modernos. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedió en los países desarrollados, la TD no estuvo acompañada por crecimiento económico, lo que generó enormes contingentes de población en situación de pobreza y enormes desafíos frente a la desigualdad. En este contexto, la emigración como respuesta a la superpoblación resultó una posibilidad más compleja.

En América Latina el proceso de TD se ha dado a mayor velocidad que en otras regiones. A grandes rasgos, el descenso de la mortalidad inició en la primera mitad del siglo XX y la reducción de la fecundidad, a mediados de la segunda mitad del siglo. Si bien en el largo plazo el comportamiento demográfico de América Latina tiende a converger con el de otras regiones del mundo, presenta características propias como consecuencia del período de inicio de la TD, de las diferencias en la velocidad en que ocurrió entre y dentro de los países y de sus grandes heterogeneidades estructurales de desigualdad social.

Uruguay y el inicio de la transición demográfica

Uruguay pertenece al grupo de países que inició tempranamente los cambios vinculados a la TD y al proceso de modernización, desde fines del siglo XIX. Se trata de un caso particularmente interesante en la región, ya que fue el primer país latinoamericano en procesar la TD.

Para mediados del siglo XX la tasa global de fecundidad (TGF) era inferior a los tres hijos por mujer. Esta realidad deja en evidencia al menos dos cosas. En primer lugar, que el país se encontraba al margen de las preocupaciones generadas en el contexto internacional por la explosión demográfica latinoamericana de las décadas del sesenta y del setenta. Por otro lado, que la parte más importante de la reducción de la fecundidad se dio en el ámbito privado, antes de la existencia de los métodos anticonceptivos modernos: fueron las familias (no es justo decir solamente las mujeres) las que elaboraron estrategias o tomaron acciones directas para reducir su número total de hijos.

Hasta las últimas décadas del siglo XIX la población de Uruguay compartía las características propias de un régimen pretransicional, en el cual una elevada mortalidad debía compensarse con una natalidad alta. En el caso de Montevideo, el departamento que ha podido ser más estudiado hasta el momento, la tasa bruta de mortalidad (TBM) revela un nivel elevado en gran parte del período ―de entre 25 y 35 ‰―, con una relativa estabilidad interrumpida solamente por años de crisis de mortalidad⁷. Se trata, sin embargo, de valores algo inferiores a los encontrados en las sociedades preindustriales europeas.⁸ De acuerdo a la elevada mortalidad general, entre mediados del siglo XVIII y mediados del XIX la esperanza de vida al nacer osciló entre los 33 y los 41 años, con incrementos y retrocesos, sin que apareciera aún una tendencia sostenida. Asimismo, la mortalidad infantil mostró también valores elevados del orden de 200 a 220 defunciones de menores de un año por cada mil nacimientos (Pollero, 2016).

Por su parte, para los escasos ejemplos locales del país que pueden estimarse, se revela una natalidad del orden de 40 a 45 ‰ o más durante el siglo XIX. En Montevideo, particularmente, la TGF arrojaba valores superiores a los cinco hijos por mujer en casi toda la primera mitad de ese siglo (Pollero, 2016). 

Los niveles de la natalidad se vinculan con la nupcialidad. La Demografía considera a la nupcialidad como una de las variables intermedias que permiten identificar las tendencias y los niveles de reproducción de la población. En este sentido, la Demografía histórica ha demostrado que, en las sociedades europeas, donde el control de las iglesias cristianas era importante, la nupcialidad funcionó como mecanismo autorregulador del crecimiento de la población. Dado que la frecuencia de hijos nacidos fuera del matrimonio era muy baja, se pudo comprobar que la edad tardía de entrada al matrimonio y un alto porcentaje de mujeres que permanecerían todas sus vidas en soltería (celibato permanente) fueron los grandes métodos contraceptivos de las sociedades pretransicionales de Europa occidental, que se prolongaron hasta la década del cuarenta⁹. Sin embargo, en América Latina en general, la presencia de uniones estables no legalizadas por el matrimonio complejiza la evaluación de la incidencia real de la nupcialidad en tanto variable intermedia de la fecundidad.¹⁰ De todas maneras, las evidencias de las parejas que se casaban remiten a un matrimonio temprano.

En el caso del Uruguay pretransicional, las parejas estaban conformadas por mujeres jóvenes ―expuestas al riesgo de procrear durante muchos años― unidas a hombres seis o siete años mayores ―e incluso más―. A modo de ejemplo, la edad media al matrimonio en Montevideo entre 1860 y 1880 fue de 22 años para las mujeres y de 28 a 29 para los hombres (Camou y Pellegrino, 1992), y aun más temprano se casaban las mujeres en Tacuarembó (19 y 27 años mujeres y hombres, respectivamente). No obstante, el matrimonio no fue la norma general para la conformación de las uniones en todos los estratos de la sociedad. Si bien la familia legalmente constituida era el ámbito donde nacía la mayor parte de los niños, también existía un alto porcentaje de uniones consensuales, generalmente en los sectores populares. En estos sectores las uniones se vivieron con mayor libertad, lo que también favoreció la formación de parejas interétnicas, mientras que en los más favorecidos el matrimonio era la norma y también parte de una estrategia de reproducción social (Duffau y Pollero, 2016).

Al crecimiento vegetativo se le sumaba un importante crecimiento migratorio que provenía de los aportes de contingentes europeos (principalmente españoles, italianos y franceses) y, en menor medida, de los países limítrofes. En 1860 había un 33,5 % de extranjeros en el total del país, y 48 % en Montevideo. Hacia 1908, estos valores eran de 17 % y de 30 % para el total y para la capital, respectivamente. 

Hacia fines del siglo XIX y principios del XX el país protagonizó un cambio en su modelo demográfico (dejando atrás la etapa caracterizada por una «demografía de los excesos»), de la mano de una sociedad en transformación (Duffau y Pellegrino, 2016).

Como se ha señalado antes, el motor de esta transición fue el cambio que se produjo en la mortalidad. Hay evidencia de una reducción de la mortalidad ya para la década del ochenta del siglo XIX, lo que nos permite ubicar sus inicios en esa época o en un tiempo algo anterior, y, con cierto desfasaje, podemos identificar los comienzos del descenso de la natalidad a fines del siglo XIX, particularmente en Montevideo.

Hacia 1900 los indicadores de salud nos posicionaban entre los países más saludables del mundo. La esperanza de vida al nacer rondaba los 48 años, una edad superior a la mayoría de los países europeos y a la del resto de los países latinoamericanos. Por su parte, la mortalidad infantil era algo inferior al 100 ‰. Uruguay compartía con Noruega y Suecia el privilegio de ser uno de los países con la mortalidad infantil más baja del mundo en la época (Birn, Cabella y Pollero, 2010). 

También hemos señalado que, de acuerdo a la teoría de la TD, este descenso de la mortalidad tuvo un impacto en las familias. ¿Es posible que podamos ver el efecto que el inicio del descenso de la mortalidad tuvo en las familias? Intentemos hacerlo a partir de algunas fuentes demográficas de la época. Las fotografías censales de Montevideo de tres momentos en el tiempo (1858, 1889 y 1908) nos permiten aproximarnos a cierta interpretación.

Tabla 1. Tamaño medio del hogar y participación de los hijos en la composición del hogar. Montevideo

Censo Tamaño medio del hogar Participación de los hijos en la composición del hogar (%)
1858 4,7 31,5
1889 5,1 41,8
1908 5,4 46,5

Fuente: elaborado a partir de Pollero (2001)

En la Tabla 1 se observa el promedio de miembros de los hogares montevideanos (tamaño medio) entre mediados del siglo XIX y principios del XX, así como el porcentaje de los miembros que eran hijos del jefe de hogar. Estos datos nos permiten observar que entre 1858 y 1908 se dio un aumento relativo del 14 % en el tamaño de los hogares y de un 48 % en la participación de los hijos en ellos, lo que puede interpretarse como el impacto de los comienzos del cambio demográfico sobre la familia, ya que el descenso de la mortalidad infantil y juvenil permite la supervivencia de un mayor número de hijos (Pollero, 2001).

Otra forma de visualizar este fenómeno es a través de la pirámide de población, en este caso, del total del país, en 1908 (Gráfico 3). Su forma se corresponde con el tipo de pirámide expansiva propia de la etapa de transición incipiente. Se puede observar el efecto del rejuvenecimiento de la pirámide por incremento de las cohortes más jóvenes, seguramente en parte por el declive de la mortalidad infantil y de la niñez. El país tenía en ese entonces una estructura de edades joven, con 50 % de su población menor de veinte años. Es interesante también el desequilibrio de los sexos en las edades más avanzadas. Esto refleja el impacto de las corrientes migratorias de la segunda mitad del siglo XIX, con una migración preponderantemente masculina.

Gráfico 3. Pirámide de población de Uruguay, 1908

Fuente: elaboración propia a partir del Anuario Estadístico de la República Oriental del Uruguay de 1908 (Dirección General de Estadística, 1911).

En el Gráfico 4 se presenta la evolución de las tasas brutas de natalidad y de mortalidad y el crecimiento natural del país. En las últimas décadas del siglo XIX y la primera del siglo XX, la TBM se redujo en un 35 %. Esta reducción se refleja en el aumento de la esperanza de vida al nacer, que pasa de 41,6 años en 1885 a 50,8 años en 1908. En las primeras décadas del siglo XX el ritmo de declinación se fue enlenteciendo, algo que puede considerarse esperable, ya que a medida que disminuye el nivel se torna más difícil continuar con el ritmo de descenso.

Paulatinamente, el descenso de la mortalidad disminuyó el número de nacimientos necesarios para satisfacer las necesidades de reproducción familiar y social y, como consecuencia, se generaron respuestas limitadoras de la procreación y de la natalidad. 

En lo que respecta a la natalidad, ya desde la década del noventa del siglo XIX se observa una tendencia descendente, aunque desde valores muy altos. De acuerdo a una estimación indirecta, la TGF era, para principios del XX, de seis hijos por mujer (Pollero, 1994) y se redujo a la mitad antes de mediados del siglo. 

Si comparamos el comportamiento del crecimiento natural con la tipología de Chesnais, el perfil se asemeja mucho al correspondiente a los países de inmigración, como vimos en el Gráfico 2: solo se observa una curva de tendencia decreciente, que se correspondería con la fase descendente del proceso de TD.

Gráfico 4. Evolución de las tasas brutas de natalidad, mortalidad y crecimiento natural. Uruguay, 1890-2019.

Fuente: 1890-1950: elaboración del Programa de Población (Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República) a partir de Anuarios Estadísticos 1890-1950 (INE) (datos corregidos) y estadísticas vitales del MSP  y proyección de población de Pellegrino (2004). 1951-2019: INE-MSP .

Podríamos preguntarnos entonces quiénes fueron los primeros en darse cuenta que los comportamientos estaban cambiando y por qué la TD se procesó tan temprano en Uruguay.

Comencemos por la primera interrogante: ¿quiénes detectaron que los comportamientos reproductivos estaban cambiando y denunciaron este hecho? Principalmente los que tenían cierto acceso a la evidencia de primera mano: la Iglesia y los médicos obstetras (Barrán, 2008).

De alguna manera, a través de la confesión de sus fieles, la Iglesia lograba una ventana privilegiada hacia los secretos y el mundo más íntimo de las parejas. En efecto, en los manuales de confesión se encontraban preguntas muy directas que permitían buscar el «pecado» contraceptivo del coitus interruptus. A fines de siglo XIX los catecismos prevenían sobre los «pecados dentro del matrimonio» (Barrán, 1990). En 1890, el obispo de Montevideo ya advertía sobre ello.¹¹

Los ginecólogos, por su parte, detectaron la medida más extrema frente a una concepción consumada: el incremento en el número de abortos (también señalado por el obispo), o, más precisamente, dado el carácter ilegal de esta práctica, de los abortos cuyas complicaciones posteriores ameritaron una acción médica, lo que presupone también su crecimiento total.¹² Lo extendido de esta práctica sugiere que no habría habido un cuestionamiento ético sustantivo por una parte importante de las mujeres (y de los hombres). Seguramente en ello incidieran una multiplicidad de factores, entre los que se destaca la temprana secularización de la sociedad uruguaya.¹³ Por su parte, los argumentos explicativos de los médicos de la época hacían referencia al desconocimiento general respecto a la vida embrionaria. No obstante, es posible pensar también que la sensibilidad de sociedades tan vinculadas y acostumbradas a convivir con la muerte temprana (a la muerte de los infantes se la llamaba la muerte de los angelitos) llevara a que se le restara importancia a la interrupción de un embarazo en una etapa inicial.

Augusto Turenne, profesor de Clínica Obstétrica en la Facultad de Medicina de la Universidad de la República y médico jefe del Servicio de Protección Maternal de Asistencia Pública Nacional, fue quien más escribió sobre aborto y métodos anticonceptivos en este período.¹⁴ Una lectura cronológica de sus artículos permite aproximarnos a la evolución del pensamiento médico sobre el descenso de la fecundidad (Pollero, 1994). En 1916 criticaba duramente la difusión del aborto voluntario (al que denominaba aborto criminal provocado) como método radical para disminuir la natalidad. Proponía en cambio que, ante la consulta de una pareja para evitar un embarazo, el médico, luego de agotar sus argumentos para que este no fuera evitado, como excepción, aconsejara prácticas anticonceptivas (Turenne, 1917; 1926). Hacia 1929 dio una conferencia en el Sindicato Médico del Uruguay titulada «Maternidad consciente», en la que sostenía el derecho de la mujer a procrear voluntariamente, aunque lo consideraba válido solamente para las mujeres multíparas pobres.¹⁵ 

De una manera más indirecta, a partir del conocimiento de las cifras estadísticas que revelaban lo masivo del descenso de la natalidad, también lo advertía la clase política dirigente de los distintos partidos. El censo de 1908 había resultado un duro golpe para los uruguayos, ya que ponía en evidencia que el crecimiento de la población era menor al esperado. Este hecho implicaba que durante los convulsionados años finales del siglo precedente y los primeros del XX ―la última guerra civil fue en 1904―, el país había dejado de ser (al menos momentáneamente) un destino interesante para la inmigración europea. A ello se le agregaba el descenso ya iniciado de la natalidad, que llegó a compararse con el fenómeno francés. Desde el punto de vista político, esto era considerado como un debilitamiento del país frente al impresionante crecimiento demográfico de sus gigantes vecinos, Argentina y Brasil.

En 1912, el presidente de la República, José Batlle y Ordoñez, iniciador del temprano Estado de bienestar uruguayo, al presentar un argumento político para defender la maternidad de las madres solteras y los hijos ilegítimos decía: «Y después de todo, obtendríamos un resultado favorable a la nacionalidad, o sea, al aumento vegetativo de la población nacional, asunto de capital importancia en un país como el nuestro, tan deficiente en materia de población».¹⁶

Por consiguiente, constatados el descenso de la natalidad y el débil crecimiento de la población, se generó la preocupación del Estado por la vulnerabilidad del país. De alguna manera, la preocupación era similar a la de Francia respecto a la cantidad de habitantes de Alemania (Barrán, 2008). 

Sin embargo, esto no derivó en el desarrollo de políticas natalistas específicas. Si bien hubo, desde el Estado, una preocupación temprana por la salud materno-infantil, los avances del país en materia de protección de la infancia y de las mujeres, en particular aquellas pobres y trabajadoras, se enmarcaron en una preocupación social mayor, propia de la matriz de bienestar del pensamiento batllista.

En la década de 1930, la extensión del aborto en la sociedad y, fundamentalmente, las condiciones inseguras en que se realizaba continuaban siendo fuertemente denunciadas por los sectores médicos. Desde la Cátedra de Obstetricia de la Facultad de Medicina se recomendaba la divulgación de prácticas contraceptivas para evitar la concepción y así impedir la necesidad de tener que recurrir a su interrupción.

Esta preocupación por la salud de la mujer derivó en la despenalización del aborto en el Código Penal de 1934. Sin embargo, fue de corta duración: la reacción conservadora y desde los sectores católicos no se hizo esperar: cuatro años después, luego de un duro debate, se restableció su carácter delictivo. La prohibición implantada nuevamente no eliminó el problema: por el contrario, los abortos se generalizaron de tal modo que, hacia 1942, se estimaba que el 50 % de los embarazos eran interrumpidos (Turenne, 1942).

Abordemos entonces la siguiente pregunta que nos hacemos al estudiar el proceso de TD uruguaya: ¿por qué se inició tan temprano, prácticamente al mismo tiempo que los países del sur de Europa?

Como ya vimos en este capítulo, de acuerdo a la teoría de la TD, el cambio demográfico es consecuencia de un proceso de cambio económico y social más amplio. Entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, Uruguay transitó su primera modernización capitalista y se incorporó al circuito económico internacional liderado por Gran Bretaña, lo que le permitió acceder a rutas comerciales, inversiones internacionales y al circuito de las grandes oleadas de inmigración ultramarina. Este proceso de modernización de la producción fue acompañado de un relativamente importante crecimiento económico cuyos efectos se concentraron en la ciudad de Montevideo, centro de la intermediación con el comercio exterior.

Paralelamente, se consolidaba la ganadería extensiva orientada a la exportación como principal actividad económica. La particularidad de este tipo de actividad es que, a diferencia de la agricultura, no requiere de mucha mano de obra, lo que contribuyó a la emigración de contingentes de población rural hacia los centros poblados.

De esta forma, favorecido también por las oleadas de inmigrantes, se fue configurando un temprano proceso de urbanización que concentró la población en la capital del país, en las capitales departamentales y en algunos núcleos del interior, proceso que, de acuerdo con Juan Rial Roade (1983), se habría consolidado en las primeras décadas del siglo XX.

La temprana concentración de la población en la capital y en algunos centros urbanos propició la adopción de pautas de comportamiento reproductivo de tipo «moderno» entre la población de las ciudades. A su vez, la inserción en el sistema económico internacional contribuyó a la difusión de sistemas de valores propios de las sociedades industrializadas. Las elites dominantes, fuertemente europeizadas en lo ideológico, promovieron transformaciones que repercutieron en el destino general de la sociedad… (Pellegrino, 2003, p. 10).

Asimismo, desde fines del siglo XIX, tuvo lugar la consolidación de sectores políticos influidos por el pensamiento positivista y liberal que lograron implementar medidas políticas de profunda trascendencia, como la expansión de un sistema educativo laico, gratuito y obligatorio para ambos sexos,¹⁷ medidas institucionales tendientes a promover la secularización de la sociedad y del Estado¹⁸ e importantes medidas sanitarias y de salud pública que incidirían en el descenso de la mortalidad, en particular la infantil y de la niñez.¹⁹ En el marco de la matriz del Estado de bienestar impulsado por José Batlle y Ordoñez también se debe agregar la promulgación de leyes laborales para salvaguardar los derechos de los trabajadores y algunas específicamente destinadas a la protección de las mujeres trabajadoras²⁰ (Pellegrino y Pollero, 2000). También fue de gran relevancia la Ley de Asistencia Pública Nacional (1910) en la que se definía el rol del Estado en materia de asistencia de la salud de la población.²¹

Un elemento sustantivo adicional en este caldo de cultivo favorable a la incorporación de cambios en las mentalidades y los comportamientos de la sociedad fue la inmigración europea. La literatura ha considerado que la inmigración internacional de fines del siglo XIX y principios del XX ha jugado un papel importante en la TD temprana de los países del Río de la Plata (Zavala de Cosío, 1992; Pantelides, 1992; Recchini de Lattes y Lattes, 1975), en particular, porque los países de procedencia de la mayor parte de los inmigrantes (España, Italia y Francia) estaban procesando su TD en ese período. Francia había comenzado a reducir su fecundidad a mediados del siglo XVIII, en tanto que el descenso de la fecundidad en España e Italia se dio prácticamente en simultáneo con Uruguay.

Sin embargo, se daba la siguiente paradoja: la mayor parte de la inmigración italiana y española procedía de regiones rurales en las que la transición tuvo lugar más tardíamente que en el conjunto de esos países. La explicación ―hipotética― puede encontrarse en que la migración por sí misma constituye un gran proceso de cambio que ya conlleva un proceso de selección. Quien migraba en esa coyuntura lo hacía para mejorar su situación económica, muchos incluso con el sueño de hacerse la América. La decisión de vivir el desarraigo de emigrar a un nuevo país para progresar también implicó para muchos establecerse en núcleos urbanos. Es probable, entonces, que la urbanización en América tuviera como consecuencia la incorporación de un modelo de familia más reducida que la que predominaba en sus regiones de origen. Por otra parte, los inmigrantes constituían una masa heterogénea: a los de origen campesino se agregaban obreros con tradición sindical anarquista y socialista en cuyos periódicos la propaganda a favor de la «reducción de la prole» era propuesta como una herramienta para enfrentar al capitalismo (Pellegrino y Pollero, 2000).

En suma, este conjunto de factores «… asociados a otros fenómenos sociales y culturales […] incorporaron a la sociedad uruguaya mentalidades y comportamientos “modernos”, reflejados a su vez en el cambio de la familia, la relación entre los sexos y las actitudes frente a la reproducción» (Pellegrino, Cabella, Paredes, Pollero y Varela, 2008, p. 11).

Un estudio de los inicios de la transición de la fecundidad a través de las generaciones²²

En el contexto histórico reseñado se conformaron condiciones propicias para un descenso temprano de la fecundidad. Niveles elevados de urbanización, avances en la educación y estatus de la mujer, medidas tendientes a promover la autonomía femenina, contexto ideológico proclive a la desvinculación con las normas de la Iglesia y una legislación orientada a institucionalizar la secularización.

«Aunque el clima propicio estaba dado, son pocos los elementos que nos permiten identificar los caminos por los que se procesaron las transformaciones en los modelos familiares y la reducción de la fecundidad» (Pellegrino y Pollero, 2001, p. 131). En efecto, no contamos con fuentes de datos apropiadas para hacer estimaciones de la fecundidad hasta la segunda mitad del siglo XX. Los censos de 1908 y de 1963, los únicos del período, no proporcionan la información adecuada. Esto llevó a Adela Pellegrino y Raquel Pollero (2000; 2001) a recurrir al censo de 1975, el primero de la serie reciente que introduce la pregunta sobre hijos nacidos vivos. Con estos datos se exploraron las tendencias en el tiempo de la paridez media final²³ declarada por las mujeres de entre 45 y 79 años, es decir, las nacidas entre 1896 y 1930 ―que habían iniciado su período reproductivo entre 1911 y 1945―, sobrevivientes en la fecha del censo.²⁴

De esta forma, se pudo observar el promedio de hijos tenidos por las mujeres de distintas cohortes de nacimiento ―antes de la aparición y expansión de los anticonceptivos modernos―, según determinadas características relevantes en el marco explicativo del cambio temprano de modelo demográfico: lugar de residencia, país de origen y nivel educativo.

Hijos tenidos por lugar de residencia

En el Gráfico 5 se observan los efectos de la residencia urbana o rural sobre el número de total de hijos declarados por las mujeres según sus cohortes de nacimiento.

Aunque se trata de la declaración del lugar donde residían en 1975 (Montevideo, interior urbano o interior rural), y este puede no haber sido el mismo que donde hubiera tenido lugar la etapa de la reproducción, se constata que a mayor nivel de urbanización menor fue el número de hijos tenidos por las mujeres de todas las cohortes analizadas.

La paridez final de las mujeres del interior urbano es superior a la de Montevideo en más de un hijo en promedio, en todas las cohortes analizadas. Como es de esperar, en el medio rural los valores son más altos aún. 

La tendencia de la paridez del total del país muestra un descenso importante en las cohortes de más edad y un punto de inflexión en la nacida entre 1911 y 1920, a partir del cual los valores pasan a estancarse en 2,5 hijos tenidos por mujer. Este efecto es muy notorio en Montevideo, donde esta cohorte y la de 1916-1920 tienen los valores más bajos, mientras que se observa una leve recuperación en la cohorte más joven. En el interior urbano y rural el descenso se mantiene en todas las generaciones, pero el ritmo es menor a partir de la cohorte 1911-1920. También es significativo que disminuye la brecha entre Montevideo y las otras áreas.

Gráfico 5. Paridez media final de las mujeres sobrevivientes en 1975 según cohortes de nacimiento. Total del país y por lugar de residencia

Fuente: Pellegrino y Pollero (2000)

Otra manera de analizar el efecto de la residencia sobre el total de hijos tenidos es considerar al mismo tiempo el lugar de nacimiento y el de residencia de las mujeres en 1975. Las tablas 2 y 3 nos permiten cierta aproximación al bagaje de pautas reproductivas que las mujeres traían de su lugar de nacimiento y lo que tomaron al migrar a un nuevo lugar (residencia declarada en 1975). 

De los resultados obtenidos se desprende que existe un efecto combinado entre el lugar de nacimiento y el lugar de residencia. El lugar de residencia es el que en definitiva modula la paridez final. Las mujeres nacidas en Montevideo (Tabla 2) tienen una descendencia menor cuando permanecen en la ciudad donde nacieron, mientras que la paridez aumenta si se mudan a otros centros urbanos del país, y más aun al medio rural, pero nunca llega a ser igual que la de las que nacieron y vivieron en el interior toda su vida. Por su parte, las mujeres que nacieron en las otras regiones del país (Tabla 3) declaran una descendencia menor cuando residen en Montevideo. De todos modos, si bien el efecto del lugar de residencia parece ser predominante, el efecto del lugar de nacimiento también se manifiesta en los resultados y la paridez final de las migrantes es siempre diferente a la de las que nunca migraron. Las montevideanas que nacieron y vivieron en la capital toda su vida son las que tuvieron menor número de hijos (Pellegrino y Pollero, 2000).

Tabla 2. Paridez de las mujeres nacidas en Montevideo según lugar de residencia en 1975

Edad Cohorte nacimiento Montevideo Interior urbano Interior rural
75-79 1896-1900 1,84 2,37 3,30
70-74 1901-1905 1,69 2,29 2,68
65-69 1906-1910 1,64 2,22 2,41
60-64 1911-1915 1,63 1,95 2,06
55-59 1916-1920 1,68 2,03 2,13
50-54 1921-1925 1,80 2,35 2,30
45-49 1926-1930 1,92 2,59 2,66

Fuente: Pellegrino y Pollero (2000)

Tabla 3. Paridez de las mujeres nacidas en el interior según lugar de residencia en 1975

Edad Cohorte nacimiento Montevideo Interior urbano Interior rural
75-79 1896-1900 2,98 3,76 4,41
70-74 1901-1905 2,66 3,56 3,94
65-69 1906-1910 2,48 3,39 3,71
60-64 1911-1915 2,22 3,15 3,54
55-59 1916-1920 2,12 3,07 3,50
50-54 1921-1925 2,08 3,04 3,47
45-49 1926-1930 2,12 3,01 3,42

Fuente: Pellegrino y Pollero (2000)

Hijos tenidos por las mujeres según su país de nacimiento

Como hemos dicho antes, la literatura señala la influencia de la inmigración europea como uno de los factores explicativos de la TD temprana en los países receptores. 

En Uruguay, la inmigración europea tuvo una radicación fuertemente concentrada en Montevideo, en el litoral y en el suroeste del país, mientras que la inmigración de países limítrofes tuvo un peso relativamente importante en la población del norte del país, en el caso de la proveniente de Brasil, y de argentinos en el litoral y en la costa oeste del Río de la Plata.

El Gráfico 6 contempla el número medio de hijos tenidos por las mujeres uruguayas y europeas.²⁵ En el caso de estas últimas, la información se desagrega en las provenientes de España, de Italia y en una categoría que se denominó resto de Europa, que refiere a un conjunto de nacionalidades, predominantemente de países centroeuropeos, que comienzan a llegar a Uruguay a fines del siglo XIX pero cuyo arribo se concentra fundamentalmente en la década del veinte. Los resultados muestran que la paridez de las uruguayas es la más alta en todas las edades y que desciende sostenidamente hasta la cohorte de 60 a 64 años para estancarse en 2,5 hijos por mujer de allí en adelante.

Las europeas mantienen desde el inicio parideces inferiores a las de las nacidas en Uruguay, mientras las tendencias de las inmigrantes europeas difieren entre sí: las italianas son las que parten de niveles más altos y procesan un descenso sostenido en el tiempo; las españolas presentan niveles muy bajos al inicio y notoriamente bajos en las últimas cohortes, y las provenientes de otros países europeos mantienen una paridez final próxima a los dos hijos en todo el período.

Por otra parte, también cabe destacar que la paridez total del país, es decir, la que resume las situaciones de todas las mujeres, es algo inferior a la de las uruguayas, particularmente entre las nacidas antes de 1915, lo que refleja el impacto de la inmigración en el resultado final.

Gráfico 6. Paridez media final de las mujeres sobrevivientes en 1975 según cohortes de nacimiento. Total del país y por países de origen (seleccionados)

Fuente: Pellegrino y Pollero (2000)

Hijos tenidos por las mujeres según nivel educativo

El nivel educativo de las mujeres, además de constituir una variable que tiene en general un poder explicativo importante en los diferenciales de la fecundidad, constituye un atributo que se puede asumir como invariable en la adultez.

Los resultados que se observan en el Gráfico 7 son muy elocuentes con respecto al impacto de la educación en los niveles de fecundidad. El hecho de haber concurrido algunos años a la escuela primaria, sin haber concluido este nivel, implica una paridez final un 15% a 20 % menor con respecto a las que no tuvieron ninguna instrucción. La diferencia es mayor aun entre las que terminaron la escuela primaria con respecto a las que solo cursaron una parte de esta. Las mujeres con algún año de enseñanza secundaria o más son el 9% en la generación de 75 a 79 años y llegan a constituir el 20% en la cohorte más joven. Es entre las mujeres más educadas que la tendencia se invierte: la paridez final de las mujeres de este grupo entre las cohortes de más edad es menor que entre las más jóvenes. Este resultado permite hipotetizar que las mujeres que estudiaban a principios de siglo optaban por no tener hijos o por una descendencia muy baja, mientras que entre las más jóvenes se puede inferir una mayor compatibilidad entre la continuación de los estudios (que implican seguramente mayor participación en el mundo del trabajo) y la maternidad.

Gráfico 7. Paridez media final de las mujeres sobrevivientes en 1975 según cohortes de nacimiento y nivel de instrucción

Fuente: Pellegrino y Pollero (2000)

Nupcialidad

Ya hemos comentado antes el papel de la nupcialidad en los niveles de natalidad. Al respecto, señalamos que la edad media al matrimonio en la segunda mitad del siglo XIX fue de 22 años para las mujeres y de 28 a 29 para los hombres en Montevideo, y aun más temprana en un ejemplo estudiado del interior (Tacuarembó). 

Para el inicio de la TD existe evidencia de que una edad al matrimonio más tardía y el celibato definitivo habrían funcionado como mecanismos de control de la población. La edad al primer matrimonio oscila desde principios de siglo hasta 1930 entre valores de 23 y 25 años para las mujeres y 30 para los hombres.²⁶ De la última fecha en adelante se observa un aumento de casi dos años en la edad al casarse tanto para los hombres como para las mujeres. Estos valores son altos en relación con los parámetros de otras sociedades latinoamericanas y similares a los de los países de Europa occidental (Pellegrino y Pollero, 2001).²⁷

En lo que respecta a la situación conyugal, a principios del siglo XX el celibato definitivo era muy alto: 26 % entre los hombres y 18 % entre las mujeres.²⁸ Sin embargo, con el transcurso del siglo se habría incrementado la proporción de mujeres que declaran haber formado una unión (tanto vía el matrimonio como por la unión libre) y, por lo tanto, disminuido la soltería. 

La imposición del matrimonio como norma socialmente admitida fue creciente y el proceso de consolidación del Estado durante la primera mitad del siglo fue creando un entorno institucional que promovía la legalización de las uniones en sectores más amplios de la población. Si la unión libre era importante en las primeras décadas del siglo, esta situación no parece perdurar a lo largo de la vida de las parejas, cuyas convivencias terminaban muchas veces en matrimonio. Esta hipótesis podría explicar el bajo porcentaje de uniones consensuales que se observa entre las mujeres al final de su vida fértil (entre el 3% y el 6% de todas las cohortes, con niveles algo más elevados en el medio rural que en Montevideo y el resto del país urbano).

Lo que podemos concluir es que la soltería era un hecho importante entre las mujeres que nacieron a fines del siglo (16%) y disminuye al 10% entre las nacidas a finales de la década del veinte. Este resultado demuestra que el celibato definitivo funcionó como mecanismo de control de la población en el inicio de la transición demográfica.

Número de hijos tenidos por las mujeres

La información del censo de 1975 sobre el número de hijos de las mujeres sobrevivientes nos permite recuperar la información sobre la descendencia de las mujeres nacidas entre 1896 y 1930, es decir, aquellas que iniciaron su período reproductivo entre 1911 y 1945.

A partir del porcentaje de mujeres según el número de hijos tenidos en cada cohorte de edad podemos tener una idea clara del tamaño de las familias y de cómo este fue cambiando a lo largo del tiempo.

En el caso de Montevideo, se observa un resultado interesante (Gráfico 8): entre las mujeres nacidas a fines del siglo XIX y en las primeras décadas del XX se destacan las que tuvieron muchos hijos, y más aun las que no tuvieron ninguno. En efecto, las mujeres nulíparas (sin hijos) constituyen el 25% en las generaciones nacidas entre 1896 y 1915 y el porcentaje se reduce para las nacidas después de esta fecha hasta llegar a 19% en el grupo nacido entre 1926 y 1930.

¿Qué podemos saber de estas mujeres montevideanas que no tuvieron hijos? Esta situación predomina entre las solteras, pero entre las mujeres que declaran haber estado alguna vez casadas o en unión libre el porcentaje oscila alrededor del 17% entre las nacidas entre 1896 y 1915 y disminuye al 10% en la cohorte más joven. Es posible que, además de las situaciones de esterilidad fisiológica,²⁹ se trate de matrimonios tardíos o bien de decisiones de evitar la reproducción aun dentro del ámbito privilegiado para esta. Estas decisiones de carácter individual, que implican la opción de quedar fuera de la maternidad, son más complejas de interpretar.³⁰ Asimismo, recordemos las denuncias de los médicos del novecientos sobre la extensión del aborto entre las mujeres, quienes también señalaron que uno de los riesgos que esta práctica podía acarrear era la esterilidad.

Gráfico 8. Distribución de mujeres según el número de hijos por cohorte de nacimiento. Mujeres sobrevivientes en 1975. Montevideo

Fuente: Pellegrino y Pollero (2001, p. 138)

Con el correr del siglo y con el avance de la TD, se observa que disminuye progresivamente la proporción de mujeres que tuvieron cuatro hijos y más y la de las que no los tuvieron, y que se va consolidando el modelo de familia de dos hijos.

La situación observada con respecto a las mujeres que permanecieron por fuera de la maternidad se repite en el resto del país urbano y en el rural, aunque con niveles menores. A su vez, las familias numerosas con seis hijos y más siguieron constituyendo una fracción importante del total en el interior urbano y más aun en el rural, si bien la familia de dos hijos también se fue consolidando entre las mujeres nacidas en la década del veinte en el interior urbano y tendió a afirmarse entre las mujeres rurales de igual edad.

Conclusión

A fines del siglo XIX Uruguay comienza a protagonizar los inicios de un cambio en su modelo demográfico y se anticipa a los demás países latinoamericanos, generando un perfil de su TD característico de los países de inmigración. El descenso de la mortalidad, que se refleja en los indicadores, también se observa en el rejuvenecimiento de la estructura de edades de la población.

A nivel de la sociedad, el impacto llegó a las familias, que paulatinamente generaron respuestas para limitar la natalidad. El período de inicio del control voluntario de los nacimientos por parte de las parejas habría tenido lugar entre 1889 y 1908 en Montevideo para extenderse al resto del país en las primeras décadas del siglo XX.

La inmigración jugó su papel. Se observa que las inmigrantes europeas tuvieron una fecundidad más baja que la de las mujeres nacidas en el país. Aunque italianas y españolas provinieran de regiones rurales en las que la transición tuvo lugar más tardíamente, el cambio de país y su nueva residencia urbana pueden haber tenido como consecuencia la incorporación de un ideal de tamaño de familia más pequeño que el que predominaba en sus regiones de origen. También la urbanización y el aumento en el nivel de instrucción de las mujeres discriminan los niveles de fecundidad, pero los mecanismos por los que se incorporan los cambios en los comportamientos son más complejos. Es, en definitiva, la consolidación de un ámbito cultural que estimula la difusión de una racionalidad diferente la que promueve las transformaciones de la vida familiar.

Las relaciones entre nupcialidad y fecundidad no son claras en este contexto en el que la unión libre constituye una modalidad frecuente y la ilegitimidad de los hijos es elevada. Sin embargo, a medida que disminuyen los niveles de fecundidad de las mujeres aumenta la proporción de aquellas que entran en algún tipo de unión. A su vez, la opción o condición de no acceso a la reproducción incluyó a una parte importante de las mujeres. Entonces, la etapa de inicio de la transición es acompañada por la infecundidad total para un grupo importante de mujeres y, a medida que se afianzan y generalizan las prácticas anticonceptivas, cada vez más mujeres tienen hijos, pero optan por tener un número menor.

A medida que fue avanzando el siglo XX, un mayor número de mujeres optó por una vida en pareja y tuvo cada vez menos hijos, así como disminuyó el número de nulíparas y creció el de las que tuvieron por lo menos un hijo, lo que nos permite concluir que se transitó hacia una democratización en el acceso a la maternidad.

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Notas

¹ Una parte de este capítulo está basado en el capítulo II, «El crecimiento de la población y el comportamiento de la dinámica demográfica desde la teoría», de Raquel Pollero (2016).

² Para Boserup (1965), la demografía comanda los cambios y el desarrollo agrario. De acuerdo con esta autora, los incrementos en la población propician el pasaje a sistemas cada vez más intensivos de explotación del suelo y obtención de alimentos, pero también a costa de un aumento del factor trabajo.

³ De acuerdo con Reher (2011) la transición demográfica «… será considerada como un proceso en gran parte autónomo que terminó teniendo profundas implicaciones sociales, económicas e incluso psicológicas o ideológicas para la sociedad. La demografía se considerará una variable independiente. Está claro, por supuesto, que la historia nunca es unilateral, y es innegable que este período de enormes cambios tuvo muchas causas constituyentes» (p. 12, traducción de la autora). Dyson (2011), por su parte, propone que la urbanización y el crecimiento urbano son resultado de la TD y que, a su vez, el crecimiento económico es consecuencia de la urbanización. Entonces, los cambios en la estructura del empleo serían resultado de procesos demográficos que llevaron a la urbanización, en lugar de ver a la urbanización como resultado de los cambios en la estructura ocupacional provocados por el crecimiento económico.

⁴ De acuerdo con Kirk (1996), el término modernización no está definido. Se ha señalado que puede operacionalizarse considerando avances en un conjunto de indicadores como urbanización, nivel educativo, industrialización e ingreso per cápita (Welti, 1997).

⁵ Incluso podría considerarse a la TD como una teoría de paternidades múltiples. Entre sus precursores se encuentran los demógrafos franceses Pierre Paul Leroy-Beaulieu (1843-1916) y Adolphe Landry (1874-1956), el norteamericano Warren S. Thompson (1887-1973) y el británico Alexander Carr-Saunders (1886-1966).

⁶ De este modo, la nueva teoría rompería con el pensamiento dominante anterior. Según Malthus, el desarrollo económico estimula la fecundidad, mientras que para la teoría de la TD sucede lo contrario. Ambas teorías coinciden, sin embargo, en la condición endógena del crecimiento demográfico.

⁷ Una característica propia de la mortalidad pretransicional es su comportamiento fluctuante. Es decir, a los niveles altos habituales se agrega, en algunos años, un aumento extraordinario de defunciones. A estos episodios se los conoce como crisis de mortalidad. Como factores detrás de estas crisis se encuentran las epidemias, las guerras o la escasez de alimentos (hambrunas), así como la sinergia que pueda darse entre estos factores.

⁸ De acuerdo con el demógrafo español Vicente Pérez Moreda (1980), los valores de las TBM en las sociedades europeas preindustriales oscilaban entre 35 y 45 ‰. La amplitud del rango estaba dada por diferencias en la estructura de edades de las distintas poblaciones.

⁹ El matrimonio joven en la mujer implica que en su vida fértil tenga un mayor número de años de exposición al riesgo de tener hijos.

¹⁰ La prevalencia del matrimonio y la edad de ingreso a este se pueden verificar solamente para el caso de aquellos que legalizan su unión, un comportamiento mucho más extendido en los sectores urbanos y en los estratos sociales altos.

¹¹ «… ay de los hombres que […] echan aquí y allá […] al soplo de las pasiones, la misteriosa fuerza cuyo origen divino se halla en ellos […] ay de las madres que […] desechan lejos […] hacia la nada esas criaturas» (Soler, M. [1890]. El matrimonio bajo el aspecto religioso, moral y social. Montevideo: Tip. Uruguaya de M. Martínez citado en Barrán, 2008, p. 214).

¹² En 1916, el Primer Congreso Médico Nacional declaró al problema del aborto voluntario («aborto criminal provocado») como peligro social grave y llamó la atención de los poderes públicos para su represión (Turenne, 1917).

¹³ Debe recordarse que la separación de la Iglesia y el Estado data de 1919 y que la primera Ley de Divorcio es de 1907.

¹⁴ Hemos encontrado once publicaciones entre 1916 y 1942 sobre estos temas.

¹⁵ «… la mujer tiene el derecho inalienable de disponer de su organismo para que en él se desarrolle un nuevo ser y […] lejos de ser este aserto una retractación de cuanto he pugnado contra el aborto criminal me servirá para sostener la probable fórmula que concilie el cumplimiento del instinto sexual en todo lo que tiene de subconsciente e imperioso con la adaptación a las leyes económico-sociales y con los nuevos conceptos de ética …» (Turenne, 1930, p. 475).

¹⁶ Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores, tomo 101, sesión del 19 de junio de 1912: 541. Discurso de José Espalter citado en Barrán (2008, p. 196).

¹⁷ La reforma de la educación de 1877 impulsada por José Pedro Varela fue exitosa en su objetivo de disminuir el analfabetismo y de elevar el nivel educativo de la población tanto masculina como femenina.

¹⁸ Como la prohibición de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, la secularización de las instituciones de atención en salud, la obligatoriedad del matrimonio civil (1885) y la Ley de Divorcio por Consentimiento Mutuo entre los Cónyuges (1907) que se modificó en 1913 incorporando como causal «la sola voluntad de la mujer». Este proceso culminó al incluirse en la Constitución de 1917 el principio de separación de la Iglesia y el Estado.

¹⁹ Desde 1856 se contaba con sistema de alcantarillado y saneamiento en el núcleo más antiguo de la ciudad de Montevideo y a principios de la década del ochenta del siglo XIX también se contaba con una incipiente red de agua corriente. No obstante, la expansión de la ciudad y su rápido crecimiento demográfico superaron las previsiones, lo que resultó en una infraestructura urbana insuficiente.

²⁰ A modo de ejemplo, la Ley de la Jornada Laboral de Ocho Horas, la prohibición del trabajo infantil, la Ley de Licencia por Maternidad a las Maestras (1911), la Ley de la Silla (1914) y la de Descanso Semanal Obligatorio para el Servicio Doméstico (1920).

²¹ Se define a la salud como un derecho individual que debe ser asumido con responsabilidad por el Estado, quien debe garantizar la asistencia gratuita en instituciones públicas y laicas a la población sin recursos.

²² Este apartado  reproduce partes de los trabajos de Adela Pellegrino y Raquel Pollero (2000; 2001).

²³ El indicador paridez media final representa el número medio de hijos vivos tenidos por las mujeres al final de su período fértil. Se trata de un indicador que resume la descendencia real de la cohorte al final de su vida reproductiva. Generalmente se observan las mujeres de 45 a 49 años. En esta investigación, dado que nuestro interés era conocer el comportamiento reproductivo histórico, se consideraron todas las mujeres que para 1975 ya habían completado su período fértil, y se puso como límite superior a las de 79 años.

²⁴ Se fijaron los 79 años como límite superior considerando disminuir posibles inconvenientes debidos a las omisiones causadas por la memoria entre las mujeres de más edad. Por otro lado, debe tenerse en cuenta que se trata de las sobrevivientes y de las que no emigraron.

²⁵ El peso de las extranjeras sobre el total de las mujeres en edad fértil desciende del 12 % al inicio del período al 8 % en la última cohorte analizada. La presencia es más importante en Montevideo y notoriamente más baja en el medio rural (25 % y 12 %, respectivamente). Las europeas, en conjunto, constituyen entre el 50 y el 70 % de las mujeres inmigrantes en las cohortes analizadas (Pellegrino y Pollero, 2000).

²⁶ Estimaciones hechas a partir de datos de los Anuarios Estadísticos.

²⁷ Sin embargo, no podemos dejar de tener en cuenta una salvedad: si las uniones libres legalizaban su situación por el matrimonio, quizás muchos años después de formada la unión, este fenómeno debe haber influido en el aumento de los promedios de edades observados

²⁸ Datos elaborados a partir del censo de 1908. Se calculó como porcentaje de solteros en el grupo de edades de entre 45 y 49 años, pero debe tenerse en cuenta que el censo de 1908 solamente preguntó por el estado civil (solteros, casados y viudos), de manera que la unión libre no aparece como categoría.

²⁹ La edad de formación de las parejas está directamente relacionada con una mayor o menor probabilidad de tener hijos.

³⁰ Situaciones similares han sido observadas por otros autores. Sin embargo, las causas del fenómeno no han sido suficientemente esclarecidas. Patrick Festy (1979, p. 81) observó en algunos países occidentales una relación entre el descenso del celibato definitivo y el aumento de la proporción de mujeres infecundas en el matrimonio. De sus estimaciones surge que, de las generaciones formadas en 1900, un 22 % en el caso de Italia y un 20 % de las mujeres blancas de los Estados Unidos (casadas y no casadas) no tuvieron hijos. Por su parte, Laurent Toulemon (1995) estima que un 25 % de las mujeres francesas nacidas en 1900 no tuvo hijos, porcentaje que desciende al 11 % entre las que nacieron en 1940 (la similitud con el caso uruguayo es sorprendente). Para este autor, la tendencia decreciente estaría dada tanto por un descenso del celibato definitivo como de la proporción de mujeres nulíparas alguna vez casadas (del 17 % de las casadas nacidas en 1900 al 6 % de las nacidas en 1940).

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